Música y Hermandad. La asociación de palabras evoca de momento el brillo o la majestuosidad de la marcha procesional o el sentimiento de la saeta, pero no son éstas la únicas músicas ligadas a la vida de nuestras hermandades: más íntimas quizás, pero no menos representativas de su idiosincrasia, recoletas tras las rejas o la baranda de un coro, al pie de los tubos de un órgano, o en un rincón presidido por el entrañable armónium, cobran vida piezas vocales que desgranan en sus versos y arropadas por su música la piedad filial de la devota Hermandad hacia sus Titulares. Son las llamadas coplas.
Se escribían estas coplas para dar brillo a los cultos solemnes, en los que antiguamente, puesto que el ejercicio del triduo, quinario o septenario no comprendía, salvo en domingo, la Santa Misa, ocupaban un lugar muy destacado junto a otras piezas como los Cristus factus, Alabado, Tantum ergo o las Letanías. Del gran tesoro de coplas que custodian los archivos tanto de hermandades como de algunos cantores da testimonio el libro de Ignacio Otero La Música de las Cofradías de Sevilla, donde se recopila, cataloga y comenta todo este material.
Las coplas responden a la estructura habitual de la canción, con alternancia de un estribillo y varias estrofas, y suelen estar compuestas para uno o varios solistas, coro de capilla de voces graves o voces mixtas de niños y hombres, con acompañamiento, casi siempre, de una orquesta más o menos nutrida. En su estilo responden al carácter de la época en que se compusieron: las del diecinueve tienen un aire operístico, indudable en los solos, como prueban las más célebres de Eslava, las del veinte tienden a una trama armónica más compleja o a resabios regionalistas, como podemos ver en Turina o en Torres. Todas ellas, en cualquier caso, prohibidas en 1945, con la consiguiente decadencia y desaparición de las capillas musicales que las ejecutaban, de las que quedan escasísimos ejemplos.
En el archivo de la Pontificia y Real Hermandad Sacramental de Nuestra Señora de Roca-Amador, Ánimas Benditas, Beato Marcelo Spínola y Primitiva Cofradía de Nazarenos de María Santísima en su Soledad, establecida canónicamente en la parroquia de San Lorenzo Mártir de Sevilla, se custodian las partituras manuscritas que son objeto del presente artículo, y que, junto a una marcha procesional, La Soledad, de Pedro Morales Muñoz, constituyen el patrimonio musical de la misma.
Ignoramos si hubo en otro tiempo otras obras de carácter litúrgico, misas o motetes, que pudieran formar parte de dicho patrimonio. Consta que en siglo XVIII hubo obligación de cantar el Miserere en los cultos, y que en la procesión del Viernes Santo el paso de palio era acompañado a la ida por la capilla que cantaba los cultos entonando el Miserere, y a la vuelta, de 1679 a 1767, por la música de la Catedral. Hoy este patrimonio se reduce, en lo tocante a la liturgia, a cuatro obras. Tres de ellas pertenecen al susodicho género de las coplas, la cuarta es un Stabat Mater.
Las más antiguas son las Coplas a Ntra. Sra. de la Soledad, con música de Buenaventura Íñiguez sobre versos de José Lamarque de Novoa, fechadas en marzo de 1887. Se trata de un cuadernillo de cuatro pliegos apaisados de papel pautado, con una portada, once páginas de música numeradas como folios, y dos más en blanco sin numerar. En la primera página aparece el título, los autores de la letra y de la música, la fecha arriba indicada y la rúbrica del Mtro. Íñiguez, por lo que es posible afirmar que estamos ante el autógrafo original del compositor, ya que esta rúbrica es la misma que aparece en el Stabat Mater y en otras obras del mismo Íñiguez. Constan de coro a tres voces graves, coro que hace las veces de ritornello, y tres estrofas: dos a solo –de tenor y bajo o barítono respectivamente- y una tercera a dúo de tenor y bajo. El acompañamiento es para piano o armónium, aunque la escritura, especialmente en las introducciones, apunta más al primero. El estilo de las mismas es el esperable de la época, con reminiscencias de la música lírica y teatral que afloran en el tratamiento de las voces solistas y del acompañamiento.
De marzo de 1889 son las Tres Estrofas del Stabat Mater. Se trata también de una partitura original del puño y letra del padre Íñiguez, como hemos comentado que demuestra la rúbrica presente en la portada dedicatoria. En esta ocasión ocupa la obra un pliego de papel pautado apaisado más un folio cosido en el interior con portada en la primera página y cuatro páginas numeradas de música. La obra aparece dedicada en la portada a la Hermandad, y D. Buenaventura Íñiguez hace constar su cargo de organista 1.º de la catedral de Sevilla. Especifica el compositor en dicha dedicatoria que la obra es para la inciensación del altar, por lo que está concebida más como motete que como la sequentia de la que toma el texto. Está escrita para coro o capilla a tres voces graves y acompañamiento de armónium. A pesar del título, el mismo autor nos indica que en la repetición se pueden aplicar todas las estrofas que se quieran. Por contraste frente a las coplas, esta obra respira sobriedad y mesura.
Ya en la segunda década del siglo XX, en el año 1925, se estrenan las Coplas a la Stma. Virgen de la Soledad, sobre los mismos versos de Lamarque, si bien con algún ligero arreglo del hipérbaton original del primer verso, algún que otro retoque en la letra del coro y con una estrofa menos. La música es del doctor Jerónimo Oliveras, entonces diputado mayor de la Hermandad. La partitura está escrita en un cuadernillo de tres pliegos de papel pautado apaisados con portada y once páginas de música. Aunque no hay firma es probable que también esta partitura sea autógrafa. Están escritas estas coplas para solistas, coro a dos voces graves, armónium, y un conjunto instrumental de violines primeros y segundos, flauta y contrabajo, y constan de ritornello a coro y dos estrofas a solo de tenor y bajo respectivamente.
Parece que el motivo último de la composición de unas nuevas coplas es precisamente tener unas en las que haya concurso de voces e instrumentos, para mayor magnificencia de los cultos. La pretensión de sustituir a las antiguas se cumplió plenamente sin duda, ya que estas son las coplas que se ejecutan siempre en los cultos.
Junto a la partitura se conservan en el archivo las partes separadas de las voces y los instrumentos, con el añadido del clarinete, la trompa y el violonchelo. Todas estas particelas son ya de otra mano y con alguna curiosidad, como partes vocales con las estrofas que Oliveras desechó, o adaptaciones del texto para aplicarlo a advocaciones de Gloria o a un Crucificado. Una particela del bajo solista aparece firmada por D. Martínez, sochantre de San Lorenzo.
Ya en 1957, con motivo de las celebraciones del IV Centenario de la Hermandad, y después de la entrada efectiva en vigor de las normas diocesanas sobre música sacra que prohibían la presencia en las iglesias de instrumentos distintos del órgano o sucedáneos, así como los aires operísticos y profanos, se estrena Soledad, una copla que ya no se llama tal, sino poema a la Stma. Virgen, con música del célebre violinista Telmo Vela sobre versos del ilustre soleano Joaquín Romero Murube. La copia que obra en poder de la Hermandad es fotocopia de un original que quizás quedara en manos del compositor. Está escrito para conjunto de tres seises, tenor solista y coro a tres voces graves –tenores primeros y segundos y bajos-, con acompañamiento de orquesta de cuerda –violines primeros y segundos, viola, violoncello y contrabajo-, y armónium. Hay además una parte para voces y armónium que hace las veces de reducción. En la obra, aunque formando una unidad orgánica, se pueden distinguir una parte para los seises, con la que se abre el poema musical, un intermedio a solo de tenor y el final a tutti.
El objeto del trabajo fue la edición que vio la luz como apéndice al libro La Hermandad de la Soledad. Devoción, Nobleza e Identidad en Sevilla (1549-2006) de Ramón Cañizares Japón. Tratándose de piezas cuyo único ejemplar conocido es el que obra en poder de la Hermandad, no comportó las dificultades que suelen acompañar la ediciones críticas para las que abundan los testimonios, pero por otra parte quizás hemos logrado conjurar el peligro de que estas coplas pudiesen desaparecer como otras tantas piezas musicales cuyos papeles han terminado traspapelados o en el contenedor. Se ha aclarado, por otra parte, la verdadera autoría de las coplas que habitualmente se interpretan en los cultos, que de oídas unos atribuían a Íñiguez y otros a Oliveras. El día 19 de febrero de 2007, por fin, y ante el espléndido altar de cultos de la Stma. Virgen, tuvo lugar un concierto en el que pudieron escucharse todas las coplas recopiladas en la edición, algunas por primera vez en casi cien años, y el proyecto de recogerlas en una grabación está ya en marcha.
Ante el panorama tan degradado que, en general, presenta la música sacra en nuestros días, la recuperación de estas piezas litúrgicas y la posibilidad de que puedan ser interpretadas con gusto y escuela es ya motivo de sobra para agradecer a la Hermandad de la Soledad su preocupación por la conservación y difusión de su patrimonio musical.