Sacramental de San Lorenzo
La Hermandad Sacramental de San Lorenzo debió tener su origen en 1511 con la venida a Sevilla de Doña Teresa Enríquez. La dama castellana llegó a la Ciudad con la bula Pastoris Aeterni, fechada en el 21 de agosto de 1508, concedida por el papa Julio II, por la cual se fomentaba la fundación de corporaciones que diesen culto al Sacramento de la Eucaristía. Esto venía previamente avalado porque emisarios de Teresa Enríquez habían contactado con cofrades de una hermandad que daban culto al Sacramento y que años antes se había fundado en la iglesia de San Lorenzo in Damaso de Roma. Uno de los templos hispalenses en los que primeramente se debió instituir el culto al Santísimo Sacramento en Sevilla debió ser el de San Lorenzo mártir, no solo por ser una de las veinticuatro parroquias en las que la Ciudad fue dividida tras la toma de Fernando III, sino porque además la advocación era la misma que la original hermandad romana, es decir, la de San Lorenzo.

Así pues aunque con origen en 1511, y con documentación conservada en el Archivo de la Corporación datada en 1524 que demuestran su existencia en el primer cuarto del siglo XVI, la Hermandad se constituyó jurídicamente en 1558 con la aprobación de sus primeras reglas por el provisor del Arzobispado Juan de Obando. Estos estatutos se reformaron tres décadas más tarde, con rúbrica del doctor Romero de Montalbo el día 15 de septiembre de 1588.

De la documentación existente relativa al siglo XVII cabe resaltar un libro de protocolos y rentas, de gran formato y con varias hojas iluminadas de interés artístico, donde se anotaron las propiedades que poseyó la Cofradía, así como sus diversos movimientos económicos. Estas posesiones estaban situadas en diversas collaciones de la Ciudad: nueve fincas en el Barrio de San Lorenzo, tres en Omnium Sanctorum, dos en San Vicente, dos en la Magdalena, una en Santa Marina, una en Santa Cruz, una en Santa María la Blanca, una en el Salvador y una en San Gil, así como cuatro fincas rústicas fuera de la misma.

La entrada del siglo XVIII, el de mayor esplendor de la Hermandad, vino marcada por la construcción de la capilla del Sagrario. A finales de2.1.2 la decimoséptima centuria la Cofradía quiso mejorar el espacio de culto y para ello se encontró con la posibilidad de conectar dos capillas existentes en el flanco sureste de la iglesia de San Lorenzo, hecho que se lograría no sin grandes dificultades. En concreto la pretensión era unificar la capilla de Santa Ana cuyo patronato había dejado Pedro de Torres Urrutia al hospital de la Misericordia, con la colindante que había sido ofrecida a la Cofradía por el caballero veinticuatro Juan de Esquivel Medina y Barba. La obra se comenzó en 1694 con el trabajo del maestro cantero Silvestre Jordán, que ejecutó las cuatro columnas y otras labores. Con el cambio de siglo la empresa se paralizó durante más dos años debido a una controversia que dirimía sobre si se había de mantener o demoler la bóveda existente, decidiéndose en 1702 adoptar esta última postura unificando de esta manera los tejados, cuestión que fue decidida, además de por factores arquitectónicos, porque era la defendida por el I marqués de Vallehermoso, Francisco Antonio Bucarelli y Villacís. Este sujeto también fue fundamental en la ejecución del retablo que sufragó en parte y que terminó en 1704 el maestro Pedro Ruiz Paniagua. Tras la búsqueda de fondos y consecución de diversas labores se llegó por fin, a la mañana del 29 de julio de 1708 cuando se colocó solemnemente el Santísimo Sacramento en su altar, «auiendose para ello adornado la Yglesia y sus Capillas con la desensia y primor que no se esperaba respecto la calamidad de los tiempos y que con más cuidado y aseo se auia adornado el Altar maior y Capilla del Sagrario».

Una vez concluidas las obras de la capilla se acordó aderezarlas con pinturas dedicadas al Santísimo, proyecto que comenzó en 1707 el maestro Francisco Pérez de Pineda, siendo continuada en 1717 por Domingo Martínez y a Gregorio de Espinal que concluyeron la decoración pictórica. Por último cabe destacar como en 1733 fue encargada una pareja de ángeles lampareros al escultor Benito de Hita y Castillo, que se encuentran en la parte superior de las columnas más alejadas del altar. Anexa a la capilla se labró la sala de cabildos, cuyo costo fue soportado conjuntamente por las hermandades del Santísimo y la de Ánimas, terminándose la construcción en 1742 con el levantamiento de un almacén y la vivienda para el muñidor.

La mañana del 29 de julio de 1708 se colocó solemnemente el Santísimo Sacramento en su altar, «auiendose para ello adornado la Yglesia y sus Capillas con la desensia y primor que no se esperaba respecto la calamidad de los tiempos y que con más cuidado y aseo se auia adornado el Altar maior y Capilla del Sagrario».
La Hermandad organizaba los cultos ordenados por regla que obligaba a los cofrades a celebrar cuatro procesiones los días del Jueves y Viernes Santos, en la Pascua de Resurrección y en el Corpus Christi. En el siglo XVIII se consolidaron los sermones celebrados en cuatro domingos de Cuaresma, para lo cual se recaudaban fondos para los honorarios que debían recibir los predicadores. También en esa centuria se recuperaron las antiguas doce fiestas al Santísimo, un domingo de cada mes. Además eran de obligado cumplimiento innumerables cultos y celebraciones, relacionados con las capellanías y memorias de las que era patrona la Hermandad y que se celebraban en diferentes días y fiestas.
79 Escudo faldon
Son destacables también diversos cultos de carácter extraordinario como los realizados como desagravio por las ofensas al Santísimo, celebrados en 1710, 1794 y 1799 o las salidas extraordinarias para ganar el jubileo de los años santos de 1751 y 1776. Especialmente resaltable fue la fiesta de acción de gracias por haberse librado la iglesia de San Lorenzo de los efectos del terremoto de Lisboa, sucedido el primero de noviembre de 1755, e igualmente la participación y organización de los cultos de rehabilitación del convento de las Capuchinas en 1763.

Además es preciso recaer en el culto externo anual, fuera de las naves del templo por las calles de la Collación, denominado Salidas de Dios, manteniéndose la tradición que esta Cofradía de San Lorenzo fue la primigenia en hacerlo con el Santísimo bajo palio. Esta procesión, que hoy se continúa realizando el Domingo de la Ascensión, se celebraba tradicionalmente el segundo día de la Pascua de Resurrección, esto es el Lunes de Pascua, aunque en ocasiones también ocurrió la Dominica in albis.

Los siglos XVII, XVIII y XIX estuvieron salpicados por diversos pleitos, algunos de ellos con la Fábrica y clero de San Lorenzo, otros con hermanos de la Corporación y otros con otras cofradías. Precisamente entre los conflictos de este tipo es necesario subrayar los mantenidos con otras hermandades sacramentales de la ciudad como consecuencia de una concordia existente entre ellas que permitía que los cofrades de cualquiera de ellas fueran enterrados en las parroquias donde residían, aunque fueran hermanos de otra corporación de diferente collación.

Las noticias existentes muestran numerosos datos de la relación con otras corporaciones además de las sacramentales. Así conocemos datos de interés como el posible antecedente en 1724 a la fundación de la hermandad de la Pastora de San Lorenzo hoy en San Antonio de Padua, o la conexión con la de la Santa Cruz de la Plaza, que desvelan la construcción de un cementerio en la vía pública en la zona que lindaba con el muro sur de la capilla del Sagrario y la sala capitular. Especial relación tuvo la Hermandad Sacramental con la del Gran Poder desde el mismo momento de su venida a San Lorenzo en 1703, llegándose a entablar una concordia entre ambas corporaciones que establecía la participación conjunta en diversos cultos y el reconocimiento mutuo, tanto de la propiedad de la capilla de Señor que había ido ganando terrenos a la Ciudad por cesión de su Cabildo secular, como el de la bóveda y derecho de enterramiento a la Sacramental que era la patrona de la parte más antigua de ese espacio por cesión testamentaria. Este vínculo entre las dos cofradías se debió entre otros motivos a que diversas personas desde la segunda mitad del siglo XVIII fueron oficiales de ambas juntas de gobierno.

Las otras dos hermandades residentes en la parroquia, la de Ánimas y la de Nuestra Señora de Roca-Amador, tuvieron una relación paralela desde sus orígenes con la del Santísimo, llegando a compartir cultos y hasta las estancias, como fue el caso de la sala de cabildos. Esta conexión, así como el decaimiento de estas dos corporaciones, indujo desde finales del siglo XVIII a una convergencia dentro de la Sacramental. Sin embargo este proceso se paralizó debido al tormentoso cambio de siglo protagonizado por la epidemia de fiebre amarilla y la invasión francesa, que dejó sin vida a las tres hermandades durante tres lustros. Tras la rehabilitación se retomaron los procesos de fusión, primero con la de Ánimas en 1816, creándose una comisión que elaboró nuevas reglas que fueron aprobadas de manera definitiva el 19 de abril de 1819, quedando así aunadas ambas corporaciones. La integración de la de Nuestra Señora de Roca-Amador tardó más, llegándose a la unificación el 4 de noviembre de 1844. Antes, el 28 de diciembre de 1842, la Hermandad Sacramental y Ánimas había absorbido a la Cofradía del Santísimo de San Juan de Acre, al extinguirse su jurisdicción, de la misma manera que la parroquia de ese territorio, autónomo desde 1248, se integró en el de San Lorenzo.

A esta Hermandad Sacramental de San Lorenzo han pertenecido cofrades de diversa índole, algunos de ellos individuos relevantes. Entre los hermanos que engrandecieron la Corporación desde sus puestos de oficiales destaca la figura del mayordomo Juan Díez de Valdivieso que ocupó el cargo al menos desde 1693 hasta 1698 cuando falleció, sin cuyo empeño hubiera sido imposible comenzar la obra de la capilla del Sagrario. Le sucedió en estos fundamentales años Juan Preciado, que aunque con intermitencias fue mayordomo ocho años. A partir de 1718 desempeñó el oficio durante diez años Bartolomé Bravo Gutiérrez, aunque no consecutivamente, pues como cofrade de importancia de esta época alternó el cargo con el de alcalde que ejerció cuatro años. Tras esta época llegaron los mayordomos Antonio de Vargas Machuca, Andrés Carreño Cabeza de Vaca, Miguel Gómez Rayo, Vicente de Albelda y Francisco Mendieta, que fue sucedido en 1754 por Miguel Ruiz Morquecho que administró la hacienda de la Corporación hasta su muerte sucedida once años después. Ese año de 1765 fue sucedido por su hijo Andrés Ruiz Morquecho del cual existe constancia documental que fue mayordomo hasta el cambio de siglo, es decir durante treinta y cinco años consecutivos. Tras la reconstitución de la Hermandad en 1813 apareció en el cargo Antonio Ruiz Morquecho. Posteriormente sucedió algo parecido, es decir la transmisión de un oficio fundamental de padre a hijo pues Manuel Fernández Cueto dirigió la mayordomía entre 1826 y 1854, año de su muerte, siendo sucedido por su hijo de igual nombre que ocupó el oficio hasta 1865.

El de secretario también fue un cargo susceptible a su reelección destacando en él Pedro de Alarcón (1698-1715), Juan Matías Anchelví (1753-1767), José Buenhora (1767-1775), Francisco de Arroyo (1777-1813) y José de Acosta (1825-1854).

El cargo de prioste fue el principal de la Hermandad en sus primeros tiempos pasando luego a redefinirse con funciones desprendidas de mayordomía y cultos. Destacan los nombres de los priostes Juan Fernández de Sotomayor (1709-1713 / 1718-1724), Juan del Toro (1740-1748 / 1753-1771), Francisco del Toro (1771-1782) y Antonio Quiroga (1826-1866).

Podemos definir los cargos de alcaldes y fiscal como más representativos, pues algunos hermanos eran elegidos es estos oficios tras pasar por otros, siguiéndose en ocasiones la regla no escrita de seguir de una elección a otra de fiscal a alcalde moderno y de aquí a alcalde antiguo, máxima representación de la Hermandad hasta la aparición de la figura del hermano mayor con las reglas en 1819.

Por su relevancia en otras órdenes destaca la relación de la familia Bucarelli con la Hermandad Sacramental de San Lorenzo, comenzando por el I marqués de Vallehermoso, Francisco Antonio Bucarelli y Villacís, que sufragó en su mayor parte el altar de la capilla del Sagrario. Consta que también pertenecieron a la Cofradía sus hijos Luis y Nicolás Bucarelli y Henestrosa. La relación de esta dinastía nobiliaria continuó, y consta como dos generaciones después Miguel Bucarelli y Ursúa, deán y canónigo de la Catedral de Sevilla, donó una silla de gran valor a la Hermandad que, con su autorización, a su vez se decidió ofrendar en 1749 a Francisco de Solís cuando tomó posesión como coadministrador de la Diócesis de Sevilla. Su hermano, el III marqués de Vallehermoso y conde de Gerena, José de Bucarelli y Ursúa, tenía alquilada a la Hermandad una finca colindante a su Casa Palacio, y sufragó a la misma las exequias por la muerte de otro miembro de la familia, Antonio María Bucarelli y Ursúa, XLVI virrey de Nueva España, que había fallecido en la Ciudad de México en 1779. Otro de sus hermanos, Nicolás, que a la postre sería el IV marqués de Vallehermoso, obsequió a la Cofradía un altar portátil que aún sigue saliendo en la procesión de enfermos e impedidos.
Pedro de Espinal ingresó en la nómina de cofrades en 1696 y su hijo Gregorio de Espinal en 1716, que al año siguiente ejecutaría junto a su amigo Domingo Martínez la obra de culminación de las pinturas murales de la capilla del Sagrario.
En el ámbito de las artes es especialmente destacable la pertenencia a la Hermandad de una dinastía de pintores que llegaría a su máxima significación con Domingo Martínez y su yerno Juan de Espinal. Hay constancia que Pedro de Espinal ingresó en la nómina de cofrades en 1696 y su hijo Gregorio de Espinal en 1716, que al año siguiente ejecutaría junto a su amigo Domingo Martínez la obra de culminación de las pinturas murales de la capilla del Sagrario. De éste, su amigo y luego también consuegro, el sobresaliente pintor Domingo Martínez, hay que destacar no solo que fue hermano de la Cofradía del Santísimo y de la de Nuestra Señora de Roca-Amador, sino que también fue alcalde de ambas. Su hija Juana Martínez se casó con Juan, el hijo de su colega Gregorio de Espinal. Juan de Espinal, con probabilidad la máxima figura artística de la Ciudad de la segunda mitad del XVIII, consta como hermano aunque no ostentó cargo de oficial. A pesar que no ha aparecido prueba documental que lo confirme hay que resaltar la autentificación que recientemente se ha hecho de cuatro pinturas que posee la Hermandad, tenidas como obras de segura atribución de Juan de Espinal, que representan a la Virgen Dolorosa, San Juan Evangelista, Moisés y Abraham. También fue hermano de la Sacramental el hijo de Juan de Espinal y Juana Martínez, llamado Domingo como su abuelo materno, que fue presbítero y también pintor, aunque sin producción conocida. Lo que sí sabemos de Domingo de Espinal y Martínez es que vivió desde 1783 en la casa que la Hermandad Sacramental poseía frente a la ermita de la Estrella en la actual calle Guadalquivir.

En el siglo XX, debido a un decaimiento de la Corporación del Santísimo de San Lorenzo y por la pertenecía a esta de cofrades de la Hermandad de la Soledad, se valoró durante largo tiempo la posibilidad de fusión de ambas. Tras una recuperación de la Hermandad Sacramental una vez finalizada la Guerra Civil tomó las riendas como mayordomo Ramón de la Cruz Parrado, a quien sucedió su sobrino Ramón Pineda Carmona en 1959. Poco después la propia Corporación soleana ya organizaba la procesión de enfermos e impedidos, iniciándose el proceso de unión en 1970. No obstante hubo de esperarse al 17 de noviembre de 1977 cuando fueron aprobadas las reglas que constituían canónicamente una nueva Corporación, con casi cinco siglos de existencia, llamada la Hermandad Sacramental de la Soledad de Sevilla.

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