Miguel García-Posada García
(1954)
Antonio Rodríguez Buzón
(1956)
Francisco Montero Galvache
(1959)
Ignacio Montaño Jiménez
(1997)
Eduardo Del Rey Tirado
(1999)
Joaquín Caro Romero
(2000)
Francisco J. Ruiz Torrent
(2002)
Francisco José Vázquez Perea
(2003)
Rafael de Gabriel García
(2004)
Fernando María Cano-Romero Méndez
(2011)
Miguel García-Posada García
(1954)
Haz, pues, Madre y Señora de todos los Dolores, que seamos siempre fieles hijos tuyos y cofrades fervorosos de todas tus hermandades; bendice y no dejes nunca de proteger a esta Sevilla que te ama y te venera a través de todas tus devotas advocaciones; confírmanos en la Fe que profesamos; no nos dejes nunca solos, ni en la vida ni en el trance supremo de la muerte, sino que acompañados
por Ti, vestidos, y ya para siempre, con la túnica de nuestra penitencia, reciba mos como fruto de los Dolores que por nosotros sufriste, el premio de encontrarnos entre los escogidos de Dios por toda la eternidad.
He dicho.
Antonio Rodríguez Buzón
(1956)
Todo solo ante la Soledad. Sola la brisa. Solo el espíritu. Solo el recuerdo y solo el grito, que de hacerse copla, exclamaría por el espacio huérfano de música y sonido en la triste noche penitencial:
¡Qué sola la Soleá!
camino de San Lorenzo
por la luna acompañá.
Francisco Montero Galvache
(1959)
en su tranquilo sueño la belleza;
a Ti, donde descansa su cabeza
de silencio y de lágrima la aurora.
A Ti, andariega Soledad, pastora
del hondo pastoreo de la tristeza;
en cuyas manos la amargura reza,
y en cuyos ojos la alegría llora.
A Ti, a tu frente pálida y dormida
donde la muerte se convierte en vida,
y el dolor, Soledad, se hace ternura.
Solísima cosecha de dolores,
última procesión, postreras flores,
¡a Ti te da Sevilla su hermosura!
Ignacio Montaño Jiménez
[…]
Y cuando se retira el cortejo, la Madre queda sola; sola en su Soledad.
La Soledad más agreste, el desamparo total sin frontera con alegría alguna, el corazón pelícano más roto, la tristeza y el silencio más abatidos.
Ya ni siquiera el cuerpo del Hijo desmayado en la muerte. ¡Tanta Soledad por San Lorenzo, que siendo suyo el primer paso de palio de la historia, sólo lleva esta noche su inclinada aflicción en el suave escalofrío del cielo de Sevilla!
Pero tan sola y tan estremecida por el llanto, todavía tiene fuerzas para acompañar nuestras soledades con su pañuelo y su regazo en la rotonda del Cementerio, donde el dolor de la gente que llora la pérdida de los suyos, eleva la unánime plegaria:
«Y después de este destierro muéstranos a Jesús».
Cuántas veces en la madrugada fría de las noches de Cuaresma, con el eco lejano de cornetas y tambores que ensayan junto al Hospital de la Cinco Llagas, una solemne procesión de nazarenos que visten la túnica de su amortajada primavera llevan hasta la Soledad de la Madre al Cristo de las Mieles y le repiten los nombres de los sevillanos muertos que, por su mediación, están escritos en el Libro de la Gloria. Hermanos nuestros que subieron al Reino de los Cielos, mirando los ojos de esta devoción tan antigua de Sevilla y pidiendo su protección: ¡Soleá, dame la mano!
Porque la Soledad de la Virgen es también la última Esperanza de Sevilla.
Eduardo Del Rey Tirado
(1999)
Joaquín Caro Romero
Francisco J. Ruiz Torrent
(2002)
[…]
En Soledad, en la más absoluta y desconsolada Soledad, volverá María hasta su casa de San Lorenzo. Allí, antes de que la losa negra de su puerta se cierre, una voz romperá el aire de la medianoche despidiéndola con una saeta:
De la pasión dolorosa
de tu divino Jesús
sólo te quedan tres cosas:
Tu Soledad, una Cruz
y unas espinas sin rosa.
Francisco José Vázquez Perea
(2003)
Sevilla con sevillanos. Si no, sería imposible la Semana Santa. Rechaza los tópicos y las etiquetas, te hablarán de ortodoxos y heterodoxos, de capillitas y descreídos, de críticos y furibundos, acógelos a todos poniéndote en la mirada de Dios porque no venimos a juzgar sino a dar. Y acércate con misericordia a quien te golpea, porque solo Cristo es tu modelo. Y acuérdate de los que faltan. Tengo que decirte, lo siento, que de vez en cuando, experimentamos una sensación de separación y lejanía por un ser querido que se ausenta. Daríamos toda la vida por estar un minuto más junto a el. Pues esto es en lo que creemos. Que volveremos a recuperar su compañía cuando entreguemos nuestra vida. Míranos cuando todo esto esté a punto de concluir: ya no estará Cristo entre nosotros. Y no es a El, seguros estamos de su Resurrección, sino a la Madre a quien perseguimos por las últimas esquinas de San Lorenzo, Soledad del adiós y de la luna. Soledad del manto cuadriculado por las escalas que caen de su Cruz. Soledad fugaz. Dentro de unos minutos ya no será Semana Santa ni ella será tampoco Soledad.
Sevilla con sevillanos, si no, no habría derecho. Ámalos. Verás multitud de símbolos, medallas, cordones, túnicas, insignias, estandartes, escudos pero está escrito: sólo por un distintivo reconocerán que sois mis discípulos: si os amáis. Ese amor es el que justifica que existan cofradías
Rafael de Gabriel García
(2004)
entre camelias dormidas?
¿Cuál sería el interrogante
que en tristeza la sumía?
¿Qué becqueriano momento
entre las luces que brillan
llegando del Aljarafe
por el Bajondillo arriba?
Los cristales de los cierros
aéreo fulgor desprendían
que llegaba a la Alameda
por ambiente que suspira
porque llegue la Señora
que entre Soledad transita.
Aquella lejana tarde
de un Sábado de Sevilla
llegó su paso dorado
que de la Plaza salía
entre incienso y entre gente
que entristecidos venían
al hilo de su Dolor,
y es que todo allí sufría
en el silencio del barrio,
por sus lágrimas heridas.
avanzaron suspendidas
y yo juro que escuché
el trinar de golondrinas
que llevaban en sus picos
las puntas de las espinas
de la Corona de Cristo,
que la Señora traía
en sus manos temblorosas
de Madre tan afligida.
¿Qué pena se devanaba?
que el mismo Cielo quería
bajar hasta San Lorenzo
aquella tarde tristísima,
más nadie supo decirle
ni una palabra de vida
ni su pena consolar
mientras su paso seguía
por calle Conde Barajas
para atravesar Sevilla…
Solos nos quedamos todos
y la Soledad se iba
con su pena devanada
entre camelias dormidas.
Fernando María Cano-Romero Méndez
(2011)