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ENCUENTRO DE HERMANDADES DEL SÁBADO SANTO Y DOMINGO DE RESURRECCIÓN

La Hermandad de la Soledad acoge el Encuentro de Hermandades del Sábado Santo y Domingo de Resurrección

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MAÑANA DE SÁBADO SANTO EN SAN LORENZO

Con el recuerdo reciente en la memoria del pasado Sábado Santo, recordamos la mañana previa a la Estación de Penitencia, jornada en la que los sevillanos quisieron acompañar a la Santísima Virgen en su Soledad momentos antes de que la Cruz de Guía comenzara su discurrir hacia la S. I. Catedral.

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ADHESIÓN A LA SOLICITUD DE LA MEDALLA DE SEVILLA PARA N. H. D. JOSÉ ANTONIO MALDONADO ZAPATA

La Hermandad de la Soledad ha acordado solicitar al Ayuntamiento de Sevilla la Medalla de la Ciudad para N. H. D José Antonio Maldonado Zapata.

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DSC 0057 copiaLa existencia de una Hermandad en torno a la Imagen de N.ª S.ª de Roca-Amador al menos desde el siglo XVI está fuera de toda duda. La primera constancia que existe se encuentra en las reglas de la Hermandad Sacramental de San Lorenzo de 1558. En el capítulo en el undécimo de estos estatutos se indica cómo había de celebrarse en marzo la festividad de la Encarnación, efectuándose de la manera acostumbrada «por tornar a recuperar la cofradía de nra. señora de rocamador que los tiempos passados solía hauer cuya ymagen está en dicha yglesia y esto por la mucha deuoçión que todos los hermanos tenemos a con la dicha señora por más la seruir y honrar porque ella siempre sea en nuestro fauor y ayuda». Aquí queda claro que existía una corporación constituida en torno al Icono mariano de Santa María de Roca-Amador antes de esta fecha.

Al año siguiente, en 1559, vuelve a aparecer una nueva referencia que confirma que la Hermandad de N.ª S.ª de Roca-Amador existía ya en el siglo XVI. La primera hoja del libro que reza como de «Protocolo y razón de los bienes y rentas, tributos y posesiones…» de la Hermandad Sacramental de San Lorenzo, finaliza con que también lo es de la «Cofradía de Nra. S.ra de Roque Amador que está agregada y consolidada con la del S.mo S. Sacramento desta dicha parroquia desde el Año del Señor de 1559».

Tras un periodo de inactividad la Hermandad de Nuestra Señora de Roca-Amador fue rehabilitada a finales del siglo XVII, elaborando nuevas reglas que fueron aprobadas el 12 de junio de 1691 por José Vayas por mandato del Provisor, siendo notario mayor eclesiástico Andrés de Carrión Narváez.

En el siglo XVIII la Hermandad se estabilizó perteneciendo entonces a ella miembros de la clerecía de la parroquia, algunos apellidos aristocráticos y también artistas afamados como Francisco Pérez de Pineda, autor de la decoración de la capilla del Sagrario de San Lorenzo, y Domingo Martínez, autor del óleo de uno de los dos estandartes de la Virgen de Roca-Amador que se conservan.

Hacia 1751, tras diversos avatares, la hermandad realizó la obra del retablo barroco que enmarca la pintura mural que significó la más emprendedora empresa de la época. Muy poco después, en concreto el 1 de noviembre de 1755, sufrió los efectos del terremoto de Lisboa, ya que la capilla se encuentra debajo de la torre de la iglesia de San Lorenzo, cuya masa debió originar la grieta que aún hoy se puede ver. El impacto entre los hermanos debió ser muy grande pues en el Cabildo de la Cofradía Sacramental celebrado el 25 de enero de 1756 asistió José Gómez de Espinosa, mayordomo de la Hermandad de N.ª S.ª de Roca-Amador, que propuso una misa de acción de gracias con sermón y presencia del Santísimo por las naves de la Iglesia de San Lorenzo «por hauer librado nro. S.or a… templo y capilla de los fatales… en el terrible temblor de tierra…el día prim.º de nou.e de 1755».

Las peticiones de la Hermandad mariana a la Sacramental fueron muy comunes desde finales del siglo XVIII, participando esta en los cultos los días del jubileo que entonces, como ahora, se celebraban en la festividad de la Candelaria los primeros días de febrero, hasta el punto, que en el momento de mayor decaimiento de la Hermandad de Roca-Amador, en 1842, debieron ser costeados por la del Santísimo.

En el Cabildo general de la Cofradía del Santísimo celebrado el 24 de agosto de 1824 ya se había informado de la pretensión de la Congregación de Santa María de Roca-Amador de incorporarse a esta Hermandad, debido a que los hermanos de una eran de la otra. No obstante la fusión no fue inmediata ya que 1842 volvió a solicitarse tal posibilidad, creándose una comisión que redactase una serie de normas e hiciese inventario de bienes. El año siguiente, se dio noticia que aún no estaban concretados los detalles, entre los que destaca la pretensión que no se pudieran enajenar las lámparas de plata de la Virgen. Finalmente la integración de la Hermandad de Gloria de N.ª S.ª de Roca-Amador en la del Santísimo se produjo el 4 de noviembre de 1844, recibiendo esta los libros y alhajas de aquella, para lo cual se presentó inventario detallado, destacando además de la pintura mural de N.ª S.ª, dos rejas de la Capilla, un lamparero de hierro, un manifestador, un Niño Jesús, las imágenes de talla de San Joaquín y Santa Ana, una lámpara de plata de 412 onzas de peso y dos simpecados con sus dos estantes.

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Historia de la Hermandad de Ánimas Benditas del Purgatorio

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93 (3)La Hermandad Sacramental de San Lorenzo debió tener su origen en 1511 con la venida a Sevilla de Doña Teresa Enríquez. La dama castellana llegó a la Ciudad con la bula Pastoris Aeterni, fechada en el 21 de agosto de 1508, concedida por el papa Julio II, por la cual se fomentaba la fundación de corporaciones que diesen culto al Sacramento de la Eucaristía. Esto venía previamente avalado porque emisarios de Teresa Enríquez habían contactado con cofrades de una hermandad que daban culto al Sacramento y que años antes se había fundado en la iglesia de San Lorenzo in Damaso de Roma. Uno de los templos hispalenses en los que primeramente se debió instituir el culto al Santísimo Sacramento en Sevilla debió ser el de San Lorenzo mártir, no solo por ser una de las veinticuatro parroquias en las que la Ciudad fue dividida tras la toma de Fernando III, sino porque además la advocación era la misma que la original hermandad romana, es decir, la de San Lorenzo.

 

Así pues aunque con origen en 1511, y con documentación conservada en el Archivo de la Corporación datada en 1524 que demuestran su existencia en el primer cuarto del siglo XVI, la Hermandad se constituyó jurídicamente en 1558 con la aprobación de sus primeras reglas por el provisor del Arzobispado Juan de Obando. Estos estatutos se reformaron tres décadas más tarde, con rúbrica del doctor Romero de Montalbo el día 15 de septiembre de 1588.

 

De la documentación existente relativa al siglo XVII cabe resaltar un libro de protocolos y rentas, de gran formato y con varias hojas iluminadas de interés artístico, donde se anotaron las propiedades que poseyó la Cofradía, así como sus diversos movimientos económicos. Estas posesiones estaban situadas en diversas collaciones de la Ciudad: nueve fincas en el Barrio de San Lorenzo, tres en Omnium Sanctorum, dos en San Vicente, dos en la Magdalena, una en Santa Marina, una en Santa Cruz, una en Santa María la Blanca, una en el Salvador y una en San Gil, así como cuatro fincas rústicas fuera de la misma.

 

La entrada del siglo XVIII, el de mayor esplendor de la Hermandad, vino marcada por la construcción de la capilla del Sagrario. A finales de2.1.2 la decimoséptima centuria la Cofradía quiso mejorar el espacio de culto y para ello se encontró con la posibilidad de conectar dos capillas existentes en el flanco sureste de la iglesia de San Lorenzo, hecho que se lograría no sin grandes dificultades. En concreto la pretensión era unificar la capilla de Santa Ana cuyo patronato había dejado Pedro de Torres Urrutia al hospital de la Misericordia, con la colindante que había sido ofrecida a la Cofradía por el caballero veinticuatro Juan de Esquivel Medina y Barba. La obra se comenzó en 1694 con el trabajo del maestro cantero Silvestre Jordán, que ejecutó las cuatro columnas y otras labores. Con el cambio de siglo la empresa se paralizó durante más dos años debido a una controversia que dirimía sobre si se había de mantener o demoler la bóveda existente, decidiéndose en 1702 adoptar esta última postura unificando de esta manera los tejados, cuestión que fue decidida, además de por factores arquitectónicos, porque era la defendida por el I marqués de Vallehermoso, Francisco Antonio Bucarelli y Villacís. Este sujeto también fue fundamental en la ejecución del retablo que sufragó en parte y que terminó en 1704 el maestro Pedro Ruiz Paniagua. Tras la búsqueda de fondos y consecución de diversas labores se llegó por fin, a la mañana del 29 de julio de 1708 cuando se colocó solemnemente el Santísimo Sacramento en su altar, «auiendose para ello adornado la Yglesia y sus Capillas con la desensia y primor que no se esperaba respecto la calamidad de los tiempos y que con más cuidado y aseo se auia adornado el Altar maior y Capilla del Sagrario».

 

Una vez concluidas las obras de la capilla se acordó aderezarlas con pinturas dedicadas al Santísimo, proyecto que comenzó en 1707 el maestro Francisco Pérez de Pineda, siendo continuada en 1717 por Domingo Martínez y a Gregorio de Espinal que concluyeron la decoración pictórica. Por último cabe destacar como en 1733 fue encargada una pareja de ángeles lampareros al escultor Benito de Hita y Castillo, que se encuentran en la parte superior de las columnas más alejadas del altar. Anexa a la capilla se labró la sala de cabildos, cuyo costo fue soportado conjuntamente por las hermandades del Santísimo y la de Ánimas, terminándose la construcción en 1742 con el levantamiento de un almacén y la vivienda para el muñidor.

La Hermandad organizaba los cultos ordenados por regla que obligaba a los cofrades a celebrar cuatro procesiones los días del Jueves y Viernes Santos, en la Pascua de Resurrección y en el Corpus Christi. En el siglo XVIII se consolidaron los sermones celebrados en cuatro domingos de Cuaresma, para lo cual se recaudaban fondos para los honorarios que debían recibir los predicadores. También en esa centuria se recuperaron las antiguas doce fiestas al Santísimo, un domingo de cada mes. Además eran de obligado cumplimiento innumerables cultos y celebraciones, relacionados con las capellanías y memorias de las que era patrona la Hermandad y que se celebraban en diferentes días y fiestas.

 

70- (9)Son destacables también diversos cultos de carácter extraordinario como los realizados como desagravio por las ofensas al Santísimo, celebrados en 1710, 1794 y 1799 o las salidas extraordinarias para ganar el jubileo de los años santos de 1751 y 1776. Especialmente resaltable fue la fiesta de acción de gracias por haberse librado la iglesia de San Lorenzo de los efectos del terremoto de Lisboa, sucedido el primero de noviembre de 1755, e igualmente la participación y organización de los cultos de rehabilitación del convento de las Capuchinas en 1763.

 

Además es preciso recaer en el culto externo anual, fuera de las naves del templo por las calles de la Collación, denominado Salidas de Dios, manteniéndose la tradición que esta Cofradía de San Lorenzo fue la primigenia en hacerlo con el Santísimo bajo palio. Esta procesión, que hoy se continúa realizando el Domingo de la Ascensión, se celebraba tradicionalmente el segundo día de la Pascua de Resurrección, esto es el Lunes de Pascua, aunque en ocasiones también ocurrió la Dominica in albis.

 

Los siglos XVII, XVIII y XIX estuvieron salpicados por diversos pleitos, algunos de ellos con la Fábrica y clero de San Lorenzo, otros con hermanos de la Corporación y otros con otras cofradías. Precisamente entre los conflictos de este tipo es necesario subrayar los mantenidos con otras hermandades sacramentales de la ciudad como consecuencia de una concordia existente entre ellas que permitía que los cofrades de cualquiera de ellas fueran enterrados en las parroquias donde residían, aunque fueran hermanos de otra corporación de diferente collación.

 

Las noticias existentes muestran numerosos datos de la relación con otras corporaciones además de las sacramentales. Así conocemos datos de interés como el posible antecedente en 1724 a la fundación de la hermandad de la Pastora de San Lorenzo hoy en San Antonio de Padua, o la conexión con la de la Santa Cruz de la Plaza, que desvelan la construcción de un cementerio en la vía pública en la zona que lindaba con el muro sur de la capilla del Sagrario y la sala capitular. Especial relación tuvo la Hermandad Sacramental con la del Gran Poder desde el mismo momento de su venida a San Lorenzo en 1703, llegándose a entablar una concordia entre ambas corporaciones que establecía la participación conjunta en diversos cultos y el reconocimiento mutuo, tanto de la propiedad de la capilla de Señor que había ido ganando terrenos a la Ciudad por cesión de su Cabildo secular, como el de la bóveda y derecho de enterramiento a la Sacramental que era la patrona de la parte más antigua de ese espacio por cesión testamentaria. Este vínculo entre las dos cofradías se debió entre otros motivos a que diversas personas desde la segunda mitad del siglo XVIII fueron oficiales de ambas juntas de gobierno.

 

Las otras dos hermandades residentes en la parroquia, la de Ánimas y la de Nuestra Señora de Roca-Amador, tuvieron una relación paralela desde sus orígenes con la del Santísimo, llegando a compartir cultos y hasta las estancias, como fue el caso de la sala de cabildos. Esta conexión, así como el decaimiento de estas dos corporaciones, indujo desde finales del siglo XVIII a una convergencia dentro de la Sacramental. Sin embargo este proceso se paralizó debido al tormentoso cambio de siglo protagonizado por la epidemia de fiebre amarilla y la invasión francesa, que dejó sin vida a las tres hermandades durante tres lustros. Tras la rehabilitación se retomaron los procesos de fusión, primero con la de Ánimas en 1816, creándose una comisión que elaboró nuevas reglas que fueron aprobadas de manera definitiva el 19 de abril de 1819, quedando así aunadas ambas corporaciones. La integración de la de Nuestra Señora de Roca-Amador tardó más, llegándose a la unificación el 4 de noviembre de 1844. Antes, el 28 de diciembre de 1842, la Hermandad Sacramental y Ánimas había absorbido a la Cofradía del Santísimo de San Juan de Acre, al extinguirse su jurisdicción, de la misma manera que la parroquia de ese territorio, autónomo desde 1248, se integró en el de San Lorenzo.

 

A esta Hermandad Sacramental de San Lorenzo han pertenecido cofrades de diversa índole, algunos de ellos individuos relevantes. Entre los hermanos que engrandecieron la Corporación desde sus puestos de oficiales destaca la figura del mayordomo Juan Díez de Valdivieso que ocupó el cargo al menos desde 1693 hasta 1698 cuando falleció, sin cuyo empeño hubiera sido imposible comenzar la obra de la capilla del Sagrario. Le sucedió en estos fundamentales años Juan Preciado, que aunque con intermitencias fue mayordomo ocho años. A partir de 1718 desempeñó el oficio durante diez años Bartolomé Bravo Gutiérrez, aunque no consecutivamente, pues como cofrade de importancia de esta época alternó el cargo con el de alcalde que ejerció cuatro años. Tras esta época llegaron los mayordomos Antonio de Vargas Machuca, Andrés Carreño Cabeza de Vaca, Miguel Gómez Rayo, Vicente de Albelda y Francisco Mendieta, que fue sucedido en 1754 por Miguel Ruiz Morquecho que administró la hacienda de la Corporación hasta su muerte sucedida once años después. Ese año de 1765 fue sucedido por su hijo Andrés Ruiz Morquecho del cual existe constancia documental que fue mayordomo hasta el cambio de siglo, es decir durante treinta y cinco años consecutivos. Tras la reconstitución de la Hermandad en 1813 apareció en el cargo Antonio Ruiz Morquecho. Posteriormente sucedió algo parecido, es decir la transmisión de un oficio fundamental de padre a hijo pues Manuel Fernández Cueto dirigió la mayordomía entre 1826 y 1854, año de su muerte, siendo sucedido por su hijo de igual nombre que ocupó el oficio hasta 1865.

 

El de secretario también fue un cargo susceptible a su reelección destacando en él Pedro de Alarcón (1698-1715), Juan Matías Anchelví (1753-1767), José Buenhora (1767-1775), Francisco de Arroyo (1777-1813) y José de Acosta (1825-1854).

 

El cargo de prioste fue el principal de la Hermandad en sus primeros tiempos pasando luego a redefinirse con funciones desprendidas de mayordomía y cultos. Destacan los nombres de los priostes Juan Fernández de Sotomayor (1709-1713 / 1718-1724), Juan del Toro (1740-1748 / 1753-1771), Francisco del Toro (1771-1782) y Antonio Quiroga (1826-1866).

 

Podemos definir los cargos de alcaldes y fiscal como más representativos, pues algunos hermanos eran elegidos es estos oficios tras pasar por otros, siguiéndose en ocasiones la regla no escrita de seguir de una elección a otra de fiscal a alcalde moderno y de aquí a alcalde antiguo, máxima representación de la Hermandad hasta la aparición de la figura del hermano mayor con las reglas en 1819.

 

Por su relevancia en otras órdenes destaca la relación de la familia Bucarelli con la Hermandad Sacramental de San Lorenzo, comenzando por el I marqués de Vallehermoso, Francisco Antonio Bucarelli y Villacís, que sufragó en su mayor parte el altar de la capilla del Sagrario. Consta que también pertenecieron a la Cofradía sus hijos Luis y Nicolás Bucarelli y Henestrosa. La relación de esta dinastía nobiliaria continuó, y consta como dos generaciones después Miguel Bucarelli y Ursúa, deán y canónigo de la Catedral de Sevilla, donó una silla de gran valor a la Hermandad que, con su autorización, a su vez se decidió ofrendar en 1749 a Francisco de Solís cuando tomó posesión como coadministrador de la Diócesis de Sevilla. Su hermano, el III marqués de Vallehermoso y conde de Gerena, José de Bucarelli y Ursúa, tenía alquilada a la Hermandad una finca colindante a su Casa Palacio, y sufragó a la misma las exequias por la muerte de otro miembro de la familia, Antonio María Bucarelli y Ursúa, XLVI virrey de Nueva España, que había fallecido en la Ciudad de México en 1779. Otro de sus hermanos, Nicolás, que a la postre sería el IV marqués de Vallehermoso, obsequió a la Cofradía un altar portátil que aún sigue saliendo en la procesión de enfermos e impedidos.

 

70- (7)En el ámbito de las artes es especialmente destacable la pertenencia a la Hermandad de una dinastía de pintores que llegaría a su máxima significación con Domingo Martínez y su yerno Juan de Espinal. Hay constancia que Pedro de Espinal ingresó en la nómina de cofrades en 1696 y su hijo Gregorio de Espinal en 1716, que al año siguiente ejecutaría junto a su amigo Domingo Martínez la obra de culminación de las pinturas murales de la capilla del Sagrario. De éste, su amigo y luego también consuegro, el sobresaliente pintor Domingo Martínez, hay que destacar no solo que fue hermano de la Cofradía del Santísimo y de la de Nuestra Señora de Roca-Amador, sino que también fue alcalde de ambas. Su hija Juana Martínez se casó con Juan, el hijo de su colega Gregorio de Espinal. Juan de Espinal, con probabilidad la máxima figura artística de la Ciudad de la segunda mitad del XVIII, consta como hermano aunque no ostentó cargo de oficial. A pesar que no ha aparecido prueba documental que lo confirme hay que resaltar la autentificación que recientemente se ha hecho de cuatro pinturas que posee la Hermandad, tenidas como obras de segura atribución de Juan de Espinal, que representan a la Virgen Dolorosa, San Juan Evangelista, Moisés y Abraham. También fue hermano de la Sacramental el hijo de Juan de Espinal y Juana Martínez, llamado Domingo como su abuelo materno, que fue presbítero y también pintor, aunque sin producción conocida. Lo que sí sabemos de Domingo de Espinal y Martínez es que vivió desde 1783 en la casa que la Hermandad Sacramental poseía frente a la ermita de la Estrella en la actual calle Guadalquivir.

 

En el siglo XX, debido a un decaimiento de la Corporación del Santísimo de San Lorenzo y por la pertenecía a esta de cofrades de la Hermandad de la Soledad, se valoró durante largo tiempo la posibilidad de fusión de ambas. Tras una recuperación de la Hermandad Sacramental una vez finalizada la Guerra Civil tomó las riendas como mayordomo Ramón de la Cruz Parrado, a quien sucedió su sobrino Ramón Pineda Carmona en 1959. Poco después la propia Corporación soleana ya organizaba la procesión de enfermos e impedidos, iniciándose el proceso de unión en 1970. No obstante hubo de esperarse al 17 de noviembre de 1977 cuando fueron aprobadas las reglas que constituían canónicamente una nueva Corporación, con casi cinco siglos de existencia, llamada la Hermandad Sacramental de la Soledad de Sevilla.

 

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La Hermandad de la Soledad surgió en Sevilla a mediados del siglo XVI, cuando esta Ciudad alcanzaba el máximo esplendor de su historia al lograr el liderazgo entre las grandes urbes de Occidente, debido principalmente al monopolio del comercio con América que la convirtieron en un centro cosmopolita de primer orden. La primera constancia documental que tenemos de la existencia de la Cofradía se remonta al año 1549, cuando sabemos que residía y salía del monasterio de Santo Domingo de Silos, que se encontraba sobre el actual solar de la parroquia de San Benito, extramuros, no lejos de la Puerta de Carmona. Pocos años después la Corporación se constituyó oficialmente, constando que sus primeras reglas se encontraban aprobadas en 1557. Esas ordenanzas originales fueron modelo para la fundación de otras cofradías de igual advocación en Andalucía y en América, que además de emular esa normativa en lo referente al culto y organización interna, también adoptaron el aspecto externo de la Soledad sevillana, que con la ceremonia previa del Descendimiento, incluía luego en la procesión a los hermanos vistiendo túnica blanca con escapulario y antifaz negros, tal como sigue ocurriendo ahora, los pasos de la Cruz y del Cristo Yacente con una escolta de armaos, y por último la Imagen de N.ª S.ª de la Soledad que cerraba la tarde del Viernes Santo. Posteriormente, el Domingo de Pascua, celebraba la Cofradía sevillana la ceremonia del encuentro entre el Resucitado y la Virgen de la Alegría en el claustro del convento agustino del Dulce Nombre de Jesús. Estas formas de culto externo se conservan hoy, de una u otra manera, por muchas cofradías soleanas, pero sin embargo desaparecieron en esta Hermandad primitiva a principios del siglo XVII, debido entre otras causas a la aparición de la hermandad del Santo Entierro con la que sostuvo un largo pleito (1577-1599) y las disposiciones promulgadas por el Cardenal Niño de Guevara en 1604. En ese momento quedó la Imagen de N.ª S.ª de la Soledad como única titular.

Poco antes, la Hermandad, tras pasar por los templos de Santiago de la Espada (1561-1568) y el Hospital del Amor de Dios (1569), se estableció en la Casa del Carmen calzado de Sevilla
edificando en sus
terrenos una gran Capilla que fue alabada por los cronistas que la conocieron y en la cual permaneció desde 1575 hasta 1810, es decir, el período más prolongado de su historia. Este edificio, con templo de una sola nave enfrentado a la iglesia principal del monasterio, se construyó sobre un terreno cedido por los carmelitas en las huertas del cenobio que lindaban con la actual calle Goles y se caracterizó por sus grandes dimensiones (42 metros de largo por 9 de ancho), engrandeciéndose espiritualmente en estos primeros años con diversas gracias otorgadas por los pontífices, conservando aún la Hermandad algunas bulas de esta época (1579, 1584, 1605), destacando entre estos documentos el de la agregación de la Capilla a la basílica romana de San Juan de Letrán (1594).

Tras el cambio de siglo se transformaron las formas externas de la Cofradía, pues en 1606 la Virgen de la Soledad estrenó un paso de palio de terciopelo negro bordado en oro, plata y sedas de colores, que constituye la primera obra de este tipo documentada completamente entre las cofradías sevillanas. Este baldaquino se continuó ejecutando hacia 1614 cuando se finalizó su techo y en 1620 cuando se sustituyeron los primeros diez varales de madera por una docena de plata. La conformación de estas andas evolucionó al añadirse el resto de sus objetos suntuarios con el discurrir del siglo, estrenándose los faroles de entrevaral en 1661 y una nueva peana en 1663. Este paso de palio era precedido por una Cruz dispuesta sobre unas andas de pequeñas dimensiones en sus orígenes, pero que en 1632 fueron renovadas completamente, pues la Corporación contrató con Alonso Cano la hechura de un paso tallado con ángeles y querubines, que constituye también la única obra documentada del genial artista granadino para las cofradías sevillanas.

En este siglo XVII, además de esta nueva conformación externa, la Hermandad cambió en su organización interna pues se renovaron las reglas en 1617, hecho quizás motivado por la desaparición de antiguos titulares y posiblemente por otras cuestiones. No se conserva el texto de estos estatutos pero sí distinguimos algunas novedades que se incorporaron como fue el de la fijación del día de la elección de los oficiales el Domingo de Cuasimodo (segundo de Pascua), además de la aparición de la figura del hermano mayor como máxima representación oficial, pues antes ésta recaía en los dos alcaldes y en el mayordomo.

Carmen WebMención aparte requiere la evolución de la Capilla en esta centuria pues el continuo enriquecimiento fue una constante desde que a inicio de siglo se fundió una nueva campana (1603) y se emprendieron obras de renovación y mantenimiento de cubiertas después (1612-1614). Sin embargo una reforma de mayor envergadura se llevó a cabo en 1632 pues se cegaron unos vanos que comunicaban a baja altura el templo soleano con las huertas del monasterio, lo que permitió que se colocara un zócalo de tres metros de altura de azulejería trianera a lo largo de sus paredes longitudinales, seguramente obra del taller de Benito de Valladares. Es posible que entonces tras el muro que no lindaba con las huertas, es decir el orientado al sur, se conformara un callejón que comunicaba con la calle Goles por lo que se podía acceder con completa independencia a la Iglesia de la Soledad sin tener que discurrir por el interior del convento e iglesia principal del Carmen. También seguramente entonces se levantó el arco toral que definió el presbiterio también nombrado a veces como Capilla Mayor. Se continuó enriqueciendo el templo con cuadros de la escuela sevillana (Jerónimo Ramírez, 1633) y con pinturas murales (Manuel Díaz, 1639), y sobre todo en el último cuarto de siglo pues fueron contratados los mejores artistas del Barroco andaluz. Así la Hermandad de la Soledad encargó en 1682 a Bernardo Simón de Pineda la ejecución de un altar mayor de madera tallada que se caracterizaba por dos parejas de columnas salomónicas y un camarín calado en su trasera que permitía que entrara la luz directa tras la Imagen de N.ª S.ª desde después del mediodía hasta ponerse el sol al ocaso. Este retablo se hizo claramente influido por el que una década antes había terminado el artista antequerano para el Hospital de la Caridad, muchos de cuyos hermanos también eran soleanos, como sucedió con el propio fundador Miguel Mañara que fue elegido diputado de la Mesa de la Soledad en 1645 y en 1650. La imaginería de este altar fue esculpida por el maestro Pedro Roldán que además de ángeles de diferentes tamaños labró un Cristo atado a la columna que remataba esta obra en su ático. El policromado de estas esculturas, su estofado y el dorado del altar que debía ser «de oro muy subido y los fondos de color de castaña gruñidos como el de la Caridad» fue realizado por Juan Salvador Ruiz y Francisco Meneses Osorio (discípulo aventajado de Murillo), que además trabajaron también en el techo de la Capilla y en sus muros, pues renovaron por completo las pinturas al fresco. Las grandes obras barrocas continuaron, participando de nuevo Bernardo Simón de Pineda que labró unos postigos y barandillas y cubrió las doce gradas del presbiterio con maderas nobles como la caoba y el ébano con embutidos de marfil, materiales que proporcionó la Corporación pues algunos de sus hermanos eran comerciantes de Indias. Todo este derroche artístico culminó en 1697 al esculpir de nuevo Pedro Roldán dos ángeles lampareros y un año después su hijo Marcelino dos parejas más para los altares laterales de la Capilla.

Es necesario recordar los nombres de los hermanos que sobresalieron en esta primera época, entre los que resaltan Juan de Herrera que firmó como alcalde los acuerdos con los carmelitas en 1569 y 1575; Lorenzo de Esquivel que contrató en 1574 un resucitado con Jerónimo Hernández, e inició una saga de mayordomos de este apellido que administraron la economía soleana durante el siguiente siglo; Francisco de Sigüenza, primer cronista que escribió de las cofradías y que defendió judicialmente la autonomía de la Soledad cuando fue obligada a unirse a otras en 1592; Juan Rodríguez Beltrán que como prioste dio fe de los inventarios de finales del siglo XVI; Gaspar de Ribera que perteneció a la Mesa en diversos oficios desde 1595 a 1620; el comerciante de Indias Antonio de Cabreros que como alcalde promovió la ejecución del primer palio de la Soledad; el escribano de cámara de la Real Audiencia Diego de Arana que aparece como secretario de la Cofradía en diversas ocasiones desde 1604 a 1647, aunque también ocupó otros cargos; Lucas García de Lucena, segundo hermano mayor de la Soledad (1631-1640); el procurador de la Real Audiencia Rodrigo Núñez de Guzmán, que fue el promotor del paso de la Cruz que labró su amigo Alonso Cano en 1632; aunque si debemos resaltar un soleano de esta época este es sin duda Alonso Núñez de Guzmán, oficial desde 1612 y mayordomo en el momento de las grandes obras de la Capilla de 1632, que ocupó todos los cargos de la Corporación y que fue el guardián y capellán de la Capilla al menos desde esa fecha hasta su muerte a causa de la peste de 1649.

El siglo XVIII, que se inició con una nueva renovación de las reglas en 1707, se caracterizó por la integración en la Hermandad de la nobleza sevillana, proceso iniciado a fines de la anterior centuria. Es verdaderamente esclarecedor el dato que al menos un centenar de títulos nobiliarios eran ostentados por los miembros de la Mesa de la Soledad, entre los que podemos destacar los apellidos Bucarelli (marqueses de Vallermoso y condes de Gerena), Madariaga (Torres de la Pressa), Jácome de Linden (Tablantes), Ortiz de Sandoval (Mejorada), Espinosa (Águila), Ortiz de Zúñiga (Montefuerte y Lebrija), Federigui (Paterna del Campo), Tous de Monsalve (Tous y Benagiar), Solís (Rianzuela), Castilla (Granja), Manuel de Céspedes (Villafranca del Pítamo) o Manso (Rivas del Jarama) por citar algunos. Al ser esta la clase dirigente, numerosos miembros de la Soledad se relacionaron con la nueva familia real borbónica desde el ascenso de Felipe V al trono a principios de siglo hasta que trasladó la corte en Sevilla entre 1729 y 1733. Igualmente tuvieron el poder efectivo en la Ciudad al ser algunos soleanos procuradores mayores y otros muchos más ejercieron el mando en otros cargos del Cabildo Secular, estando documentados que casi un centenar de caballeros veinticuatro fueron miembros de la Hermandad. También consta la pertenencia de muchos cofrades al Ejército o la Armada, así como a las prestigiosas órdenes de Alcántara, Santiago, Calatrava y San Juan. También está documentado que hermanos de la Soledad eran miembros de instituciones fundadas en tiempos de la Ilustración por Pablo de Olavide o Carlos III, como la Sociedad Sevillana de Amigos del País o el Consulado Nuevo de Sevilla. Es de destacar también el hecho que algunos de estos cofrades de la Soledad ejercieron su poder en el Nuevo Mundo llegando a gobernar en territorios americanos como Nueva España, Cuba, Perú, Panamá, Nueva Granada o el Río de la Plata, como fue el caso de Diego de Córdoba, Pedro de Guzmán, Francisco de Paula Bucarelli y Ursúa o Nicolás del Campo.

No obstante, lo que es especialmente reseñable es la relación plena que existió con la Real Maestranza de Caballería de Sevilla, desde el79 Escudo faldon mismo momento de su creación oficial en 1670, ya que de los veintisiete fundadores de esta noble institución, once eran por entonces miembros de la Mesa de Gobierno de la Hermandad de la Soledad. Aún más clarificador es el hecho que hasta veintitrés tenientes de hermanos mayor de la Real Maestranza en esa época fueron a la vez Hermanos Mayores u otros cargos principales de la Mesa soleana. Podría decirse pues que esta situación era como las dos caras de una misma moneda, o dicho de otra forma que la aristocracia sevillana se inscribió en ambas corporaciones para desarrollar diferentes fines.

Toda esta ilustre nómina de hermanos hizo posible que la Capilla, una vez completada con las grandes obras barrocas, se enriqueciera con objetos suntuarios de plata, que en peso y cantidad no era superada en la Ciudad. También se ejecutó completamente en el mismo noble metal un nuevo paso de palio que sustituyó en 1692 al antiguo, lo que hizo magnificar a la Cofradía en la calle que cerraba como siempre lo ha hecho la Semana Santa sevillana. Un gran valor económico suponían los cultos que se iniciaban el Viernes de Dolores y cuyo principal costo correspondía, además de a la cera, al sufragio de las prestigiosas orquestas instrumentales y vocales que participaban hasta el Miércoles Santo en los cantos de los Misereres y del Stabat Mater en la Capilla, continuando el Viernes Santo, cuando acompañaban al paso de palio hasta la Catedral, donde era sustituida por la prestigiosa Música del Cabildo eclesiástico que seguía tras el paso de N.ª S.ª en su regreso hasta el convento del Carmen. Todo este gasto era soportado proporcionalmente por los trece miembros de la Mesa soleana, que portaban las varas que tenían un número de cañones de plata según su cargo: todos los tubos de argénteo metal para las del hermano mayor y los dos alcaldes, con dos cañones las del fiscal, mayordomo y secretario, y con uno el prioste y los seis diputados.

También es preciso destacar las figuras de algunos soleanos fundamentales del siglo XVIII, sobresaliendo por encima de todos a don Fernando Manuel de Bilbao, de condición hidalga aunque sin título nobiliario, que en lo personal destacó con atrevidas y prósperas empresas como los Pozos de la Nieve de Constantina y que en la Hermandad administró su economía de manera pulcra y ejemplar durante los cuarenta y tres años que fue su mayordomo (1695-1738). A su muerte fue enterrado en la Capilla, al pie del altar de la Concepción. Junto a él hay que citar a su amigo Lorenzo Ignacio de Ibarburu, que permaneció el mismo período en diferentes cargos de la Mesa, presidiendo la Cofradía de la Soledad como hermano mayor tanto en su juventud como en su madurez, destacando en la vida pública como alférez mayor de Sevilla, secretario de la Real Maestranza y fundador de una prestigiosa ganadería de reses bravas. A fines de siglo, cuando comenzaba a detectarse un lento decaimiento como consecuencia de la también pausada Caída del Antiguo Régimen, sobresalió el hacendado Benito del Campo, y gracias a él la Cofradía logró salir procesionalmente el Viernes Santo en los difíciles años de la transición al nuevo siglo.

Tras este período de esplendor, llegó el mayor punto de inflexión en la historia soleana, pues tras el deterioro social y político que condujeron a la invasión francesa, la Hermandad sufrió la devastadora pérdida de la extraordinaria Capilla que fue su sede durante 235 años. La destrucción se produjo a principio del mes de marzo de 1810, derribando el ejército invasor las crujías que lindaban con la calle Goles, quedando transformado el lugar sacro en establo y caballerizas. Previsoramente la Imagen de N.ª S.ª de la Soledad había sido trasladada al oratorio de la casa de los marqueses de Vallermoso en la calle Santa Clara, ya que miembros de esta familia Bucarelli fueron soleanos en sucesivas generaciones desde siglo y medio atrás. Aunque la destrucción del edificio de la Capilla fue total, incluyendo el altar mayor barroco, se salvó una gran cantidad de plata procedente de objetos suntuarios y del paso de palio, así como las alhajas de la Virgen que fueron salvados del expolio francés y guardados en un almacén del convento de San Pablo. El verano siguiente, la Virgen se trasladó a otro oratorio privado, esta vez a la casa del marqués de Rianzuela al principio de la calle Armas, aunque sólo estuvo en este lugar un mes, pues en septiembre de 1811 la Imagen de N.ª S.ª pasó al otro lado de la plaza del Duque y se situó en un altar de la parroquia de San Miguel.

Tras la salida de los invasores de la Ciudad, los soleanos volvieron a reunirse y aunque se acordó reconstruir el templo en la Casa Grande del Carmen, esto no se pudo llevar a cabo, por varios factores, siendo el más escabroso el que protagonizó el cura Vega, párroco de San Miguel, que había usado el patrimonio en plata y alhajas que la Hermandad había logrado salvar del saqueo francés, para ejecutar obras de reforma en la iglesia sin el conocimiento de los cofrades de la Soledad. A partir de entonces, es decir en 1815, la Corporación cayó en la más profunda crisis de su historia, pues no sólo no se efectuaron las salidas procesionales sino que no constan actas de cabildos, aunque la Virgen de la Soledad sí recibía culto, como lo demuestran las convocatorias cuaresmales existentes en las décadas siguientes.

Este oscuro período terminó en 1860, gracias a la providencial acción de un histórico soleano, Rafael Manso Domonte, IV marqués de Rivas del Jarama, que había sido secretario en su juventud y sobre todo por la aparición de la excepcional figura de José Bermejo Carballo, sujeto fundamental en la memoria no sólo de la Soledad sino de todas las cofradías sevillanas. Entre ambos lograron contactar con viejos hermanos pertenecientes a la Nobleza que declinaron en su mayoría el proyecto de rehabilitar la Cofradía, hecho que se llevó a cabo con nuevos miembros pertenecientes al pueblo llano. Ese mismo Viernes Santo N.ª S.ª de la Soledad volvió a cerrar los desfiles procesionales de la Semana Santa, y en los meses siguientes, en vista de la desaparición de las últimas reglas, José Bermejo redactó unos nuevos estatutos que fueron aprobados al año posterior.

Por entonces el párroco de San Miguel, reconociendo la indebida requisa de plata realizada por su antecesor el cura Francisco de Paula Vega, otorgó en desagravio la propiedad de la Capilla en esa iglesia a la Hermandad. Sin embargo pocos años más residió en dicho lugar, pues San Miguel cayó fulminantemente con la Revolución de La Gloriosa de 1868, y la Hermandad tuvo que trasladarse a la iglesia parroquial de San Lorenzo ocupando la Capilla donde continúa recibiendo culto la Imagen de María Santísima en su Soledad. Es destacable de esta época las obras emprendidas, colocándose la solería y una de las rejas procedentes de San Miguel, así como la construcción de la sacristía y su sala superior. En lo que se refiere a la Cofradía en la calle se estrenó un paso de madera tallado y dorado en 1875 al que se le incorporó un dosel nueve años después, así como las piezas del ajuar de la Señora que aún conserva: manto (1867 - 1875) y saya (1885). Estos estrenos parece que fueron potenciados por el poeta José Lamarque de Nova ya que en esta época fue hermano mayor soleano (1874 - 1885). La siguiente década se caracterizó por la dirección de José Luis Guerra y Guzmán que mantuvo económicamente a la Cofradía y que situó en la Junta de Gobierno a miembros de su familia. Es de destacar la dirección espiritual que ejercía por entonces Marcelo Spínola, como párroco de San Lorenzo, que tras ser elevado a Arzobispo de Sevilla fue nombrado hermano mayor honorario en 1897.

Los primeros años del nuevo siglo se caracterizaron por una inestabilidad que impidieron el desarrollo y evolución positiva de la Hermandad hasta que se produjo el ascenso a la mayordomía en 1918 de Antonio Petit García, que desde entonces lideró el poder efectivo de la Hermandad de la Soledad. Sus primeras actuaciones estuvieron dirigidas a la recuperación y el engrandecimiento de los cultos anuales así como a la restauración, ampliación y dorado del paso en 1919 y cuatro años después el estreno de un nuevo dosel. En la década de los veinte, se consiguió estabilizar la situación empezándose a forjar la nueva identidad como Cofradía de Barrio al ingresar en la nómina de hermanos numerosos vecinos de las feligresías de San Lorenzo y San Vicente, aunque no se puede olvidar que esta etapa fue superada también gracias a Máximo Méyer López, empresario del Teatro del Duque, y a su cuñado José Carrasco Redondo.

Durante los primeros años de la II República la Hermandad de la Soledad decidió no efectuar la salida penitencial, como también lo determinaron la mayoría de las cofradías sevillanas, participando en el turno de vela del Monumento de la Catedral los Viernes Santos de 1932, 1933 y 1934, volviendo a efectuar estación al año siguiente. Tras la Guerra Civil se procedió a una necesaria reforma reglamentaria, ya que en 1946 se aprobaron las que serían en orden las quintas reglas penitenciales y que sustituyeron a las que habían regido a la Institución desde la rehabilitación. La principal novedad normativa fue que la figura del hermano mayor recaería en un seglar, y no como en esos momentos ocurría ya que Juan Barquero, como párroco de San Lorenzo, presidía la Hermandad desde 1912, ocupando ahora el cargo el soleano más veterano del momento, Pedro Izquierdo Dumoulín.

A partir de entonces se produjo el auge de la Corporación en todas sus órdenes, incorporándose un grupo de jóvenes que fueron el relevo generacional posterior, emprendiéndose ambiciosas empresas como fue la ejecución de un nuevo paso procesional. La concepción y estreno de estas andas se produjo en 1951, y se materializó gracias al genio creativo del pintor Santiago Martínez Martín y del tallista y dorador Francisco Ruiz Rodríguez, el Maestro Curro, al tiempo que se había producido un cambio en la Mesa de Gobierno, que estaba presidida por José Faguás Dieste, aunque destaca en esa Junta la entrada como teniente de hermano mayor de José de Rueda Carrión cuya fulgurante figura se colocaría ya entonces junto a la de Antonio Petit García en el liderazgo soleano. Éste, fue homenajeado por todos los cofrades de Sevilla en 1953, siendo por fin elegido hermano mayor al año siguiente, a la vez que se comenzaban a gestar los actos del IV Centenario, emprendiéndose misiones de gran envergadura como fue la profunda restauración de la Capilla y altar de la Virgen de la Soledad, el inicio de la renovación de los enseres procesionales en plata de ley, la organización de una exposición de carteles comerciales y otra de soldaditos de plomo, y sobre todo la culminación en mayo de 1957 con un Triduo extraordinario y la salida de N.ª S.ª de la Soledad, en su paso, por las calles del Barrio de San Lorenzo acompañada por música procesional. Entonces ya se había producido un cambio litúrgico en la Iglesia Universal que tuvo por consecuencia que se creara un nuevo día en la Semana Santa, el Sábado Santo, por lo que la Cofradía de la Soledad pasó en 1956 a cerrar ese día y la Semana Santa como lo había hecho al menos desde 1568.

En 1961 se produjo el cambio generacional siendo elegido hermano mayor José de Rueda Carrión, que dos años después creó su más significativa aportación: el Sobre de la Caridad. Con su liderazgo la Hermandad continuó con la renovación de insignias y enseres procesionales, destacando de los diecisiete años que dirigió a la Soledad la concesión de la primera medalla de oro de la Hermandad a Joaquín Romero Murube (1961), la salida extraordinaria por las Misiones (1965), el nombramiento de Antonio Petit García como hermano hayor honorario (1966), la adquisición de la Casa Hermandad (1970), la edición del boletín informativo Soledad (1972) y la creación de la cuadrilla de hermanos costaleros (1975). Por toda su larga dedicación y entrega a la Hermandad se le impuso ese año la segunda medalla de oro de la Hermandad de la Soledad.

93 (3)Si tenemos que resaltar un hecho de su época final fue sin lugar a dudas la fusión con la Hermandad del Santísimo de San Lorenzo. Este proceso unificador de las corporaciones duró prácticamente una década hasta que en 1977 fueron aprobadas las nuevas reglas que dan el actual carácter a la Corporación. La antigua Hermandad Sacramental de San Lorenzo había sido fundada tras la llegada a Sevilla de doña Teresa Enríquez en 1511 y se constituyó jurídicamente con reglas aprobadas en 1558. A su vez ésta Cofradía Sacramental había recibido en 1819 a la de las Ánimas Benditas del Purgatorio (con fundación anterior a 1588 y reglas de 1640), en 1844 a la de Santa María de Roca-Amador (que existía al menos en 1558 y conserva reglas de 1691), ambas de la citada parroquia, y en 1842 a la Hermandad Sacramental de la extinguida y desaparecida iglesia de San Juan de Acre al extinguirse esta jurisdicción e integrarse en la parroquia de San Lorenzo.

El liderazgo fue asumido entonces por Ramón Pineda Carmona que fue elegido hermano mayor de la nueva Corporación Sacramental y Penitencial en 1978, estrenándose ese mismo año la diadema de la Virgen consumada con el oro aportado por cientos de soleanos. De la época actual se pueden señalar como hechos destacables la restauración de la Imagen de la Virgen de la Soledad (1985), la salida para el Vía Crucis de las hermandades de Sevilla (1988), la creación de la Convivencia de las hermandades de la Soledad (1988), la renovación de las reglas (1988), el traslado de la Casa Hermandad a la calle Martínez Montañés (1993), la estancia provisional en San Antonio de Padua (1997 - 1998), la incorporación a la Cofradía de las hermanas nazarenas (2000), la concesión de la tercera medalla de oro a Ramón Pineda Carmona (2001), la salida extraordinaria al cementerio (2003), la aprobación de los actuales estatutos (2006), la celebración del 450 Aniversario (2007) y la concesión de la cuarta medalla de oro a la Real Maestranza de Caballería (2010).

En todo este tiempo, en estos cuatro siglos y medio de existencia, la Imagen de la Virgen de la Soledad es lo único que verdaderamente ha permanecido, siendo su Figura la que ha unido a tantos y tantos soleanos de todas las épocas que han dirigido sus miradas y sus plegarias a Ella. Esta Imagen de la Virgen sola es, con toda probabilidad, la efigie mariana dolorosa más antigua que procesiona en Sevilla (seguramente anterior a 1568), muy próxima al origen de las antiguas cofradías que se normalizan tras Trento a mediados