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Joaquín Caro Romero (2000).
En San Lorenzo, la Virgen de la Soledad, Madre nunca marchita porque el dolor no la envejece y ante la que meditamos en la «tristeza mortal» de su Hijo en Getsemaní, lo sabe todo de la soledad. Esa soledad que lleva dentro y fuera como una íntima e inaccesible «torre de ciegas ventanas». El pregonero, al llegar a este punto, se acuerda de sus grandes tutores y maestros que ya no están a su lado con la tangencia de ayer: Rafael Laffón, Joaquín Romero Murube, Manuel Tristán Alonso, Antonio Rodríguez- Buzón... Cuántas bajas en la lista. Pero reconforta pensar que un cofrade, al desaparecer, no abandona del todo sus espacios vitales, porque «una corriente emana de los cuerpos, y permanece en el área donde se ha desarrollado su existencia».